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Ser hombre: mitos y claves de la masculinidad

Según Sam Keen, profesor de Teología en Harvard y doctor en filosofía de la religión en Princeton, el proceso por el cual un ser masculino alcanzaría la plena realización pasa por dos pasos insoslayables: por un lado, el abandono de los antiguos estereotipos que castran y limitan al hombre, a la par que perjudican a sus compañeras las mujeres, y posteriormente hacerse la siguiente pregunta: “¿qué significa para mí ser hombre?“.
 
Y esta pregunta podría llevar muy lejos dentro del mundo interior de cada uno. Un viaje liberador en grado sumo, por cuanto la tarea de reconstrucción tomaría practicamente la totalidad del ser humano en conjunto: no hay prejuicios más arraigados que aquellos concernientes a la identidad de género.
 
Keen hace una magistral explicación de como nos afectan las diferentes figuras arquetípicas que conforman LA MUJER, con mayúsculas, (prostituta, ama de casa, bruja, diosa…), y como debemos superar la fascinación y la influencia que tienen en nosotros para ser capaces de ver a las mujeres como seres humanos. Nada menos. Con sus características propias, pero no ya como seres arquetípicos.
 
Cuantas veces un hombre busca en su pareja a una madre, a una amiga… pero no a otro ser humano.
 
Presentamos un extracto del libro “Ser hombre: mitos y claves de la masculinidad”:
 
Hacía poco que me había divorciado después de 17 años de matrimonio, mis hijos vivían a seiscientos kilómetros de distancia y estaba locamente enamorado de una hermosa joven. Ella se estaba distanciando de mí rápidamente y yo sentía la presencia de otro hombre que la rondaba.
 
No había un solo momento en el que no estuviera tramando la forma de reconquistarla, de lograr que me amara. Soñaba despierto que era irresistible, alegre y potente, que la apoyaba, la estimulaba, que me complacía su crecimiento y que me dedicaba generosamente a satisfacer sus necesidades y deseos. En la vida real ella no contestaba mis llamadas y nuestras noches juntos eran raras y terribles.
 
A fin de protegerme de su pérdida inminente, ya me había procurado otra amante que llenara mis horas vacías y mis noches solitarias, la dulce lujuria que curara la herida de un matrimonio y un amor fracasados. Mi vida se descosía como un traje viejo.
 
Cierto día fui a ver a un amigo y le conté mi situación. Yo estaba hecho polvo y entonces él me dio el consejo más importante que he recibido sobre qué significa ser hombre. Dijo:
“Hay dos preguntas que un hombre debe hacerse para crecer.
La primera pregunta es: ¿Cuál es mi camino y hacia donde voy?
La segunda pregunta es: ¿Quién vendrá conmigo en este viaje?
 
Si alteras el orden de las preguntas te verás en graves problemas y no crecerás como hombre.”
 
Fue entonces cuando comencé a darme cuenta de la abrumadora influencia que LA MUJER tenía sobre mi vida y la de todos los hombres.
 
No estoy hablando de las mujeres reales de carne y hueso, sino de LA MUJER, esa que está conformada por las figuras femeninas arquetípicas que viven en nuestro inconsciente. ELLA, esa que activa en nosotros emociones que nos sorprenden y dirige muchos de nuestros actos sin que nos demos cuenta.
 
(A partir de ahora cuando me refiera a LA MUJER como diosa, bruja, arquetipo o fantasma de mi interior, lo haré en mayúsculas. Y cuando me refiera a la mujer mortal de carne y hueso lo haré en minúsculas).
 
Aparentemente yo era un hombre exitoso. Había acabado una carrera universitaria siendo muy joven y, a mis 35 años, llevaba una vigorosa vida de profesor y escritor. Como la mayoría de los hombres entregaba la mayor parte de mi energía y de mi atención al trabajo.
 
Pero mi segundo nombre era “Hombre devorado por LA MUJER”. Todo el tiempo, mientras avanzaba en mi profesión, estuve comprometido en una ansiosa e interminable lucha por encontrar a la “mujer adecuada”, por lograr que mi relación “funcionase”, por crear un buen matrimonio.
 
También me preocupaba el sexo ¿Soy lo suficientemente bueno? ¿Habrá llegado ella al orgasmo? ¿Por qué no soy potente todo el tiempo? ¿Qué hago con mi deseo por otras mujeres? Cuanto más complicado era mi matrimonio, más me empeñaba en arreglarlo. Trabajé obsesivamente en la comunicación con mi pareja, el sexo y todo lo demás durante mucho tiempo.
 
El divorcio, finalmente, rompió el modelo simbiótico padre-madre de mi primer matrimonio. Con muchas ilusiones de libertad y éxtasis comencé a “explorar mi sexualidad” y a buscar nuevamente a la “mujer adecuada”. Como mi obsesión por LA MUJER crecía, se me ocurrió que si conocía mis aspectos femeninos no dependería tanto de las mujeres para obtener motivación, placer y ayuda.
 
Durante muchos años de introspección y trabajo personal me pregunté constantemente “¿Soy lo suficientemente receptivo, entregado, intuitivo, sensual, flexible, “femenino”? ¿Soy lo suficientemente activo, decidido, racional, agresivo, “masculino”?”. Pero todos mis esfuerzos parecían arrojarme aún más profundamente en brazos de LA MUJER.
 
EL VÍNCULO INCONSCIENTE DEL HOMBRE CON LA MUJER
 
La realidad es que los hombres no tenemos conciencia del poder que LA MUJER ARQUETÍPICA tiene sobre nosotros. Y como no nos damos cuenta de las cadenas que nos atan a ELLA, estas cadenas son aún más fuertes.
 
Los hombres permanecemos desconectados de nuestra experiencia masculina y de nuestros sentimientos profundos porque nos pasamos la vida negando, defendiéndonos, tratando de controlar y reaccionando ante el poder que LA MUJER tiene sobre nosotros.
 
Sólo aprenderemos a conocer los misterios propios de la masculinidad separándonos del mundo de LA MUJER. Pero antes de esa separación debemos darnos cuenta de las formas en que LA MUJER ARQUETÍPICA nos atrapa, incorpora, define y devora; porque sino estaremos siempre proyectándola y seremos controlados por aspectos que nos pertenecen aunque nos neguemos a verlos.
 
Los hombres frecuentemente ignoramos hasta que punto nuestras vidas giran alrededor de la relación que mantenemos con LA MUJER ARQUETÍPICA.
 
Estamos hechizados por ELLA. LA MUJER es el misterioso fundamento de nuestra existencia. ELLA es el auditorio delante del cual se representa el drama de nuestra vida. ELLA es el juez que nos declara culpable o inocente. ELLA es el Paraíso del que nos expulsaron y que nuestros cuerpos añoran. ELLA es la Diosa que garantiza nuestra salvación y, también, la MADRE CASTRADORA que nos la niega. ELLA tiene sobre nosotros un poder mitológico que nos aterra y fascina al mismo tiempo.
 
Los hombres nos creemos muy independientes, pero la realidad es que somos muy vulnerables al poder que LA MUJER ARQUETÍPICA tiene sobre nosotros. Por eso comprometemos tanta energía y malgastamos tanto poder tratando de controlar, evitar, conquistar o degradar a las mujeres con las que nos relacionamos.
 
Cuando un hombre se permite sentir la gran influencia que LA MUJER ARQUETIPICA tiene en su vida es más fuerte que cuando se cree autosuficiente y libre. Sin embargo es imprescindible saber que esta vulnerabilidad no es un síntoma de neurosis ni de anormalidad sino que es un hecho que forma parte del ser masculino en evolución.
 
Hemos nacido de LA MUJER y nos ha costado mucho trabajo llegar a ser el ser individual que somos. La lucha por conseguir una identidad propia nos lleva la mitad de la vida (como mínimo), por eso es normal que temamos que ELLA (el gran océano arquetípico de lo femenino que nos dio la vida y nos nutrió cuando éramos bebé) nos inunde y nos trague como el mar que devora una isla.
 
Aprender a diferenciar con claridad entre LA MUJER y las mujeres humanas es el trofeo que se gana al final del viaje heroico del hombre, jamás al principio ni en la mitad del recorrido. Y para que un hombre pueda hacerse consciente de la naturaleza de su virilidad debe saber que LO ESENCIAL DEL MIEDO QUE SENTIMOS ANTE LA MUJER NO TIENE UNA EXPLICACIÓN LÓGICA porque LA MUJER es una figura escurridiza que no está fuera sino que es parte de nosotros; pero vive en nuestro inconsciente y JAMÁS sale de allí para permitirnos verla frente a frente.
 
Para poder aprender a respetar y amar lo femenino una de las tareas fundamentales de la masculinidad es investigar los sentimientos inconscientes que nos produce esa MUJER ARQUETÍPICA, porque sólo así podremos disolver el miedo irracional que nos ELLA nos provoca.
 
Podemos pensar en el viaje del hombre hacia la individuación como el proceso que nos permitirá cambiar a LA MUJER por la mujer. Esto nos ayudará a ver a las mujeres humanas no como arquetipos, sino como seres individuales, cada una con sus propias y particulares características. La mayor parte de nuestros problemas no los tenemos con la mujer que está en nuestra cama o en nuestra sala, sino con LA MUJER que vive en nuestro inconsciente.
 
Para que podamos aprender a amar a las mujeres y a relacionarnos realmente con ellas debemos exorcizar todos los aspectos que surgen de la MUJER ARQUETÍPICA: diosa, prostituta, virgen, ángel, castradora, madre, bruja, teta llena de leche, madre-tierra. Mientras nuestra casa esté habitada por estos fantasmas permaneceremos exiliados del verdadero misterio y poder de la masculinidad y nunca podremos vivir armoniosamente con una mujer real.
 
No podemos estar cómodos en la intimidad con las mujeres porque nunca nos hemos sentido cómodos lejos de ellas. La mayor parte de los hombres modernos no ha conocido el placer de la soledad y la independencia sostenidas en el tiempo. Nos hemos hecho las preguntas en el orden equivocado. Antes de preguntarnos “¿Cuál es mi camino y hacia donde voy?” nos hemos preguntado si ella vendrá con nosotros o adonde querrá ella ir. Así, hemos sujetado nuestras almas a su aprobación quedando paralizados y gestando hacia ellas un gran resentimiento por esta dependencia.
Para transformarse en hombre, primero hay que “convertirse en hijo pródigo, marchar del hogar y trabajar solo en un país lejano”. Este es, ineludiblemente, el paso previo que el hombre debe realizar para llegar a reconciliarse con las mujeres. Para poder amar a una mujer real, debemos antes dejar atrás a la MUJER ARQUETÍPICA y completar SIN ELLA nuestro proceso de individuación.
 
Y en este punto llegamos a la encrucijada del camino que separa a aquellos que eligen permanecer inconscientes de las fuentes de su identidad de hombres, de los que optan por iniciar su peregrinaje al interior de la masculinidad lúcida.
Para los que elijan el camino del peregrino el primer paso será olvidar por un tiempo sus problemas de relación con las mujeres y concentrarse en analizar la primera pregunta:
“¿Cuál es mi camino y hacia donde voy?”
Sólo después de que sepamos a ciencia cierta la respuesta y hayamos emprendido nuestro camino podremos plantearnos la segunda pregunta:
“¿Quién vendrá conmigo en este viaje?”
La urgencia que los hombres tenemos por el sexo, la intimidad y la pareja y por poner en orden nuestras relaciones con las mujeres es precisamente la causa de la ansiedad que nos fuerza a establecer relaciones en las que traicionamos nuestra masculinidad.
Como un buen cuento de misterio, el viaje hacia la masculinidad íntegra está lleno de sorpresas que sólo podrán experimentar quienes decidan avanzar poco a poco.

Sam Keen

 

 

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